Rafael López Guzmán

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Las relaciones culturales entre la corte nazarí y la castellana en la baja Edad Media son una expresión más, la última, de una historia compartida entre los distintos gobiernos de Al-Andalus y los reinos cristianos, sin olvidar otras relaciones más lejanas en la geografía como son los países que conforman la cuenca mediterránea. No son dos culturas siempre enfrentadas. De hecho, y a modo de ejemplo, entre 1350 y 1460, el siglo central del poder granadino, se registran, aproximadamente, 85 años de paz y 25 de guerra oficial, lo que no quiere decir que no hubiera escaramuzas en los periodos de convivencia y de guerra no continuada en los momentos de enfrentamiento reconocido.

La transmisión de la cultura, sobre todo científica, desde oriente hacia Europa a través de Al-Andalus es un axioma asumido sin reservas por los investigadores, señalando, asimismo, la importancia de las escuelas monacales de la Marca Hispánica durante el periodo del califato cordobés, y el entorno toledano a partir del arzobispo Raimundo (m.1152), otorgando un papel primordial a la labor de Alfonso X , “…quien, científicamente hablando, fue un sabio árabe” , en palabras de la investigadora Expiración García.

Entre los intercambios de carácter cultural hay que señalar como prioritarios los préstamos lingüísticos que se realizaron fundamentalmente a través de individuos bilingües que sirvieron de vehículos trasmisores, destacando aquellos a caballo entre las dos culturas como lo mozárabes que emigraron hacia territorios cristianos o mudéjares que convivieron en las ciudades conquistadas. No obstante, estos préstamos no fueron uniformes en los territorios ni en las lenguas peninsulares. Se considera que fueron más abundantes en el castellano y portugués que en el gallego o catalán. “El número de préstamos semánticos o arabismos de las lenguas peninsulares se ha establecido en aproximadamente unos dos millares, sin contar con los topónimos.”

Esta realidad lingüística está avalada como positiva en el reconocimiento cultural que las lenguas poseen. Signo de respeto y, también, de imposición política serían las inscripciones sepulcrales que Alfonso X redactó para su padre en la catedral sevillana, realizadas en árabe, hebreo, latín y castellano. También son ejemplificadoras las llaves de la ciudad de Sevilla, actualmente conservadas, que en tres lenguas (árabe, castellano y hebreo) recogen el mismo mensaje “Dios abrirá y el rey entrará” . El rey Sabio promovió las lenguas vernáculas pero, sobre todo, el castellano. De hecho las dos grandes obras de carácter histórico, “Grande e General Estoria” y “Crónica General de España”, están escritas en castellano.

                                                                                

 

 

Estos intercambios también se producían en el ámbito militar. Así conocemos que el ejército de los meriníes incluía un contingente de mercenarios cristianos, los cuales eran sustituidos por “voluntarios de la Fe” cuando se trataba de la guerra santa contra cristianos. Estas milicias cristianas estuvieron presentes en el Magreb desde la época almohade . Existen varias miniaturas en las Cantigas de Alfonso X donde se representan ejércitos cristianos identificados normalmente por el estandarte de la Virgen en los que se integran contingentes de soldados musulmanes particularizados por su indumentaria, lo que no quita que en otras miniaturas los mismos tipos iconográficos aparezcan en claro enfrentamiento.

En tiempos del rey Sabio uno de estos destacamentos de mercenarios que servían en el Magreb estaba mandado por Alonso Pérez de Guzmán, conocido como Guzmán el Bueno tras su legendaria hazaña de la defensa de Tarifa. Este noble cristiano se enriqueció bajo las órdenes del sultán Abu Yusuf . Es más entre 1282 y 1284 se produce la llegada del ejercito meriní a la península, por mediación de nuestro héroe, para apoyar a Alfonso X contra su hijo rebelde, el infante Sancho .

Otro episodio representativo tiene lugar durante la minoría de edad de Fernando III. En el ámbito de las luchas intestinas entre nobles castellanos y el rey de León destaca el levantamiento del conde Álvaro y su hermano Fernando. Éste último “… pasó el mar y se unió al rey marroquí con algunos vasallos y consanguíneos suyos. Vivió junto a él por algún tiempo y murió en Marraquez y no sólo él sino también algunos de los que le habían seguido. Traído de allí el cuerpo de este conde, fue sepultado en la iglesia del Hospital de Fitero” .

Una de las vías de intercambio poco estudiadas es el relativo a los “moros conversos”. María Jesús Rubiera ha analizado con acierto el momento postrero a la conquista cristiana de Toledo, momento de convivencia que permite a Alonso VI intitularse “emperador de las dos religiones” . En este sentido hay que señalar la muerte del único hijo varón del rey, el infante Sancho, en la batalla de Uclés (1108), cuya madre la reina Zaida era musulmana conversa hija del rey al-Mutamid de Sevilla . La derrota infringida por las tropas musulmanas fue achacada a los judíos que luchaban en las filas cristianas, pero no a los musulmanes que también combatían. Así se puede entender la idea de “emperador de las dos religiones” ante una convivencia frecuente tanto en las bajas clases como en las altas, existiendo ejemplos de alfaquíes y de miembros de la familia real que se convierten al cristianismo. Esta realidad olvidada para la historia documental cristiana se puede rastrear en las crónicas musulmanas y en las hagiografías de santos medievales . Así, por ejemplo, Ibn Basslam (comienzos del siglo XII) señala: “Cuando (Alfonso VI) confió al conde Sisnando el gobierno de Toledo, éste intentó hacer llevadera la desgracia de los toledanos, y tolerable la triste situación a la que habían llegado. Se mostró poco exigente y procedió con justicia en sus decisiones, de forma que inclinó los corazones de sus notables, e hizo amar la conversión al cristianismo de la masa de la plebe. Las disensiones de los toledanos y la conversión al cristianismo de los estúpidos, sorprendieron a los musulmanes y agitaron los ánimos e inquietaron a las capitales del Islam” .

Estas conversiones voluntarias y sin presión religiosa fueron posibles dentro del espíritu relajado que vivía el Islam de Al-Andalus antes del integrismo almorávide y almohade y, en paralelo, gracias a la tolerancia de la iglesia hispana o mozárabe con anterioridad a la unificación gregoriana. La razón de esta posibilidad de conversión no traumática estaría en que “… el verdadero puente entre las dos religiones era el cultural, representado por los mozárabes … Estos cristianos se llamaron a sí mismos arabizados, que es lo que significa la palabra mozárabe, para diferenciarse de los otros cristianos repobladores de Toledo, los castellanos y los francos; mozárabes, arabizados, porque lo estaban plenamente; hablaban árabe, leían los Evangelios en esta lengua, vestían a la mora, tenían muebles, joyas, adornos árabes, etc. Los musulmanes conversos podían cruzar fácilmente por este puente cultural para llegar al cristianismo; no tenían que abandonar su cultura, su lengua, sus costumbres, como los mudéjares y moriscos de siglos posteriores. Hablar árabe, vestir a la mora, no eran señales de identidad de ser musulmán, ya que eran compartidas con los cristianos viejos de Toledo, los mozárabes” . Esta integración, pero en definitiva valoración de la sociedad mozárabe, es uno de los argumentos culturales para el surgimiento del arte mudéjar .     

Incluso cuando algunos autores hablan de población residual mudéjar tras la sublevación en época de Alfonso X que obligó a la emigración hacia Granada o el Magreb, es cierto que un grupo significativo se mantuvo en las ciudades de la Bética. Es más, los datos cuantificables en época de Sancho IV, concretamente entre 1292 y 1294, sitúan a Sevilla como la población mudéjar más alta de Andalucía. El análisis de sus actividades profesionales nos lleva a destacar su participación en oficios relacionados con la construcción. Como ha señalado Isabel Montes Romero-Camacho: “En cuanto a las actividades profesionales de los mudéjares sevillanos, hay que destacar, especialmente, las relacionadas con el sector de la construcción, sobre todo las desarrolladas por albañiles y alarifes, que representan en torno al 40% de la población laboral musulmana. Si a éstos sumamos los carpinteros, cañeros, olleros, azulejeros, soladores y vidrieros, todos ellos oficios también pertenecientes al sector de la construcción, el porcentaje sube hasta el 65%. Como es de suponer, esta realidad explica, sin lugar a dudas, la gran profusión de elementos musulmanes en la arquitectura y otras artes y, por consiguiente, el desarrollo del mudéjar, estilo con el que la población cristiana tenía una gran identificación.”

Podemos concluir inicialmente que aspectos culturales compartidos, algunos identificados como ajenos por parte de la sociedad, eran asumidos sin fisuras, incluso como “modas” pasajeras, sin que supusieran exclusividad o identificación única por los distintos estratos sociales.

EL COMERCIO DE BIENES ARTÍSTICOS

Lógicamente el proceso de conquista hacia el sur de los reinos cristianos supuso el contacto directo con la arquitectura y el urbanismo de Al-Andalus. Anteriormente solo algunos mandatarios, embajadores o mercaderes conocieron de primera mano la monumentalidad de estas ciudades y sus formas de vida. Era parte de leyendas o de relatos de mozárabes o judíos emigrados o de gentes que por cualquier motivo de paz o de guerra habían conocido someramente el territorio de Al-Andalus.

En este contexto hay que analizar el respeto y admiración observadas por Alfonso X hacia la cultura de al-Andalus lo que le lleva en 1263 a ordenar que los mudéjares de Córdoba trabajen dos días al año en la mezquita para que nada en ella sufriese daño o destrucción . No olvidemos que cuando la conquista su padre Fernando III los musulmanes de la ciudad amenazaron en el momento de la rendición con destruir “… todo lo que de valor hubiese en la ciudad, a saber, la mezquita y el puente; esconderían el oro y la plata; quemarían las telas de Siria, es más, toda la ciudad y a sí mismos se darían muerte.” , si no se les permitía salir con los bienes muebles que pudieran llevar. Tras la ocupación de la ciudad, el rey santo “… entró en el nobilísimo palacio que los reyes moros se habían preparado, del cual tanto y tan grandes cosas se decía por los que lo habían visto que los que no lo habían visto juzgaban increíbles.” ; más adelante cuando los nobles castellanos se aposentan en la ciudad la describen de la siguiente forma: “Están en pie las murallas, la sublime altura de los muros está decorada con excelsas torres, las casas resplandecen de dorados artesonados, las plazas de la ciudad dispuestas en orden…” .

Son citas y ejemplos que muestran la valoración positiva de los conquistadores hacia los bienes culturales de la cultura islámica. Pero lo que estaba presente en los mercados de Castilla y Aragón eran los productos manufacturados que se realizaron en Al-Andalus, con variaciones cronológicas podemos sintetizar estos en el resumen de Anwar G.Chejne: “Las ciudades eran también famosas dentro y fuera de al-Andalus por sus refinados objetos de madera, mármol, marfil, cuero, textiles y metales preciosos. Córdoba era conocida por sus zapatos, chaquetas, cinturones, escudos, encuadernaciones y cajas de cuero, y por el mármol blanquísimo y marrón rojizo que se extraía de sus montes. Los instrumentos musicales y los excelentes utensilios de acero de Sevilla eran notables. Málaga alcanzó renombre por su admirable cerámica dorada y sus vestiduras de sedas multicolores bordeadas de oro, que eran vendidas a gobernantes y nobles, costando miles de dinares, y que también se manufacturaban en Almería y Murcia. Almería era también conocida por sus excelentes bordados en seda y sus utensilios de hierro, cobre y cristal, los últimos de los cuales también se fabricaban en Murcia y Valencia destacaba por sus brocados” . Desde el punto de vista artístico centrémonos en ejemplos textiles, cerámicos y puntuales manufacturas en  madera.

                                  

El comercio de textiles entre la España musulmana y cristiana se documenta desde la época del califato, siendo importantes los comerciantes de origen mozárabe y judío que, incluso, traficaban con productos traídos de oriente. Prueba de este apreciado comercio serían los textiles conservados en los ajuares funerarios del monasterio de las Huelgas de Burgos e, incluso, algunas representaciones visibles en las Cantigas de Alfonso X.

Los tejidos nazaríes fueron muy demandados en las cortes cristianas y por los eclesiásticos, conservándose algunos de ellos formando parte de los ajuares litúrgicos. Entre ellos podemos destacar la Capa pluvial del Condestable (finales del siglo XIV), actualmente en el Museo Diocesano-Catedralicio de Burgos . También reseñar la casulla conservada en la iglesia de San Sebastián de Antequera, así como fragmentos que puntean las colecciones museográficas de nuestro país (Museo de Arte de Cataluña o Instituto Valencia de don Juan) . Algunas de estas telas provienen del tiraz regio al encontrarse epigrafiados textos como “Gloria a nuestro señor el sultán” . Es interesante destacar la aparición del tema de la danza con espadas cuya tradición proviene de la época del califato pero que tuvo mucha aceptación en la España cristiana lo que permite pensar en la producción de telas nazaríes para su comercialización exclusiva en territorios del norte. Un ejemplo podría ser la conservada en el Instituto Valencia de Don Juan de Madrid .

La cerámica nazarí de reflejo metálico tuvo su centro productor y exportador fundamental en Málaga que acabaría dando nombre a las piezas (obra de Maliqa). Pese a su origen en los talleres abasíes de Irak (siglos IX y X), podemos documentar piezas de loza dorada en Al-Andalus desde el siglo XII. Durante el sultanato granadino esta cerámica fue exportada por mercaderes catalanes a Cataluña y de ahí a Italia y al oriente mediterráneo a través de Génova y de Venecia hasta sitios tan lejanos como El Cairo y Bagdad, y por el Atlántico Norte hasta Inglaterra por los comerciantes portugueses. Desde aquí hasta el Báltico, el transporte fue seguramente obra de holandeses o de alemanes del norte, como denotan los hallazgos de Suecia, llegando hasta Moscú.

Este comercio fue tan lucrativo que la corona de Aragón apoyaría las producciones que se realizaban en Manises y Paterna desde inicios del siglo XIV, las cuales serían potenciadas por la familia Boil . Es posible que un viaje de Pere Boil I a Granada en misión diplomática enviado por Jaime II, permitiera el traslado de alfareros nazaríes a Manises (1308-1309). La producción manisera fue incorporando temáticas cristianas y góticas en su decoración pero nunca se atrevieron con proyectos de envergadura como los denominados jarrones de la Alhambra.

La exportación de loza dorada nazarí por el Mediterráneo está documentada pero es difícil identificar piezas provenientes de este comercio. No obstante, nos pueden servir de ejemplos los dos jarrones procedentes de la iglesia de la Madonna del Paradiso di Mazara del Vallo en Sicilia, uno se encuentra en el Museo de Palermo y el otro en el Instituto Valencia de don Juan de Madrid. Su llegada a la isla mediterránea podría estar en relación con Giovanni Burgio, obispo de Mazara entre 1458 y 1467, aristócrata que ocupó diferentes puestos diplomáticos y eclesiásticos .

Un último ejemplo de productos manufacturados serían los derivados de la madera, sobre todo en distintos formatos de cajas. Mención especial requieren los tableros de ajedrez. Este juego proviene de la India y Persia, estando documentada la afición desde la época del califato, siendo, por ejemplo, significativa la del sultán sevillano al-Mutamid que tuvo una importante colección de tableros. En época de Alfonso X era el juego favorito de Castilla y prueba de ello sería la parte dedicada al mismo en el libro de juegos del monarca . A partir de aquí se generalizaría en las cortes europeas.

EL PAPEL DE LA DIPLOMACIA

La valoración de las mercancías tiene mucho que ver con el tráfico comercial y el papel de la frontera, así como con los compromisos políticos adquiridos. Así, desde que en 1246 Muhammad I firmó el Pacto de Jaén que lo convertía en tributario del rey de Castilla se inicia un proceso de convivencia alterado con momentos de conflictos y con renovación de tratados. Como ejemplo, en el firmado en Ardales (Málaga) en 1431 y ratificado un año después por Yusuf IV y Juan II aconseja “… al sultán de Granada la fidelidad tradicional al rey de Castilla, la devolución de cautivos, el pago de parias, la asistencia a Cortes y la ayuda militar por mar y por tierra. A cambio recibe del castellano la promesa de protección y defensa y el compromiso de abrir los puertos entre ambos reinos para facilitar la libre circulación de personas y mercancías. Las partes se comprometen a respetar la religión de cada pueblo y a perseguir con dureza las acciones depredadoras que pudieran protagonizar algunos de sus súbditos” . Es interesante reseñar la presencia en las Cortes del sultán de Granada, como súbdito de Castilla, lo que abre una importante vía de relaciones de carácter diplomático y, por supuesto, cultural. Es posible que en esta integración de los sultanes nazaríes como nobles castellanos esté el origen del escudo de la banda utilizado por los monarcas granadinos, forma heráldica presente con anterioridad a la constitución de la orden de la Banda por Alfonso XI en diversos escudos nobiliarios de Castilla y, también, en el caso granadino .

El escudo de la Banda se generaliza como motivo decorativo y simbólico en decoraciones arquitectónicas y en ajuares domésticos nazaríes. Lo interesante es que, en ocasiones, se acompaña de temas iconográficos de clara ascendencia cultural castellano-aragonesa. Es el caso de una fuente-trípode de loza dorada conservada en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York en la que el tema principal desarrolla una interpretación del episodio de San Jorge y el dragón, también relacionable con las escenas de cacería de los techos de la Sala de los Reyes del Palacio de los Leones . En el mismo sentido tendríamos que interpretar las losetas conservadas de la solería del piso bajo del Peinador de la Reina en la Alhambra, donde una pareja sostiene, a modo de tenantes, el escudo de la Banda que excepcionalmente aparece coronado, mezclándose con otros temas iconográficos más de raíz islámica como los cápridos enfrentados . Temáticas cortesanas que adquieren forma catalográfica en las pinturas sobre cuero de las estancias laterales de la Sala de los Reyes en los palacios nazaríes .

Más adelante, habría que recordar el decidido apoyo del rey Pedro I hacia Muhammad V quien sería devuelto al trono de Granada en 1362, iniciando una fructífera relación con Castilla que le llevaría, incluso, a participar con el ejército del sultanato en la guerra contra Aragón y, más concretamente, en la toma de Teruel. En cambio, la participación en la guerra civil de Castilla sería ambivalente, ya apoyando al rey legítimo o al pretendiente Enrique II, según las circunstancias de las victorias parciales .

En este contexto diplomático tenemos que valorar la importancia del presente o regalo que como signo de paz y buen entendimiento es básico en las relaciones entre cortes, en los encuentros diplomáticos y de amistad . Igualmente su desprecio abre fisuras entre los contendientes. En las memorias de Abd Allah, el rey zirí depuesto por los almorávides en Granada, se relatan diversos encuentros con el “codicioso” rey Alfonso VI apoyado por el sultán de Toledo, a quien más tarde le arrebatará su reino. El interés del castellano es el pago de parias anuales, el monarca zirí, tras los intentos de reducción del impuesto trata de agasajar al cristiano señalando: “Además, para alejar de mí su maldad, le preparé muchos tapices, telas y vasos, y lo reuní todo en una gran tienda en la que le invité a entrar, si bien, al ver las telas, las miró con desprecio. En resumen, acabamos conviniendo que yo aumentaría aún cinco mil meticales, para completar con ellos treinta mil, y se los pagué hasta el último, para no comprometer, rehusando lo menos, lo que valía mucho más.”

El regalo forma parte de las embajadas. Elena Díez ha sintetizado perfectamente el simbolismo de estos bienes que se intercambian: “Estos presentes constituyen un acto de concordia que contribuye a crear un marco propicio para la negociación. Los presentes constituían una forma de hacer más distendido el clima del encuentro y crear un sentimiento de cordialidad, configurándose como presentes de paz en actos diplomáticos o en ocasiones con la intención de mostrar amistad y deferencia” .

Quizás es el momento de referirnos a un personaje clave en la cultura mediterránea de fines del siglo XIV, Ibn Jaldún. Nacido en Túnez en 1332, descendía de una familia nobiliaria sevillana que había emigrado al Magreb al menos una década antes de la conquista de Fernando III. Su formación como intelectual, diplomático e historiador le llevaron a buena parte de las cortes del momento, terminando sus días en el Cairo en 1406. Ibn Jaldun visita Sevilla como embajador de Muhammad V, el sultán granadino. Según su propia autobiografía llevaba al rey Pedro I: “…un presente compuesto de magníficas telas de seda y caballos de raza pura, cuyas sillas y bridas estaban ricamente bordadas de oro…” . El monarca castellano le ofrece quedarse en Sevilla a su servicio dándole las propiedades que fueron de sus antepasados, lo que nos habla de una memoria histórica aún presente en estos momentos más de un siglo después de la conquista y de la emigración de los Banu Jaldún. Rehúsa la oferta del castellano, pero cuando emprende el camino de vuelta: “El día de mi partida, me proveyó de montura y víveres, y me confió una excelente mula, equipada con silla y brida guarnecida de oro, que yo debía ofrecer de su parte al sultán de Granada” .

Otro ejemplo que entronca con esta idea es la embajada que Muhammad IX envía en 1440 a Egipto pidiendo socorro ante la presión de los castellanos. El relato del viaje nos presenta el momento del encuentro con el sultán mameluco. Los embajadores le regalan: “…ejemplares de cerámica malagueña, el inchibar granadino, vestidos confeccionados con telas de seda y lana y otras cuantas menudencias…”. Las virtudes del inchibar (arcilla) granadina llevan a nuestro embajador a dedicarle un sutil poema: “De mi hechura lo bello y sólido contempla./ Me vestí con ropajes de color rojo vivo./ Y, después de haber sido un barro deleznable,/ siento orgullo de verme en arte convertido./ El hombre, con su mano, me creó obra perfecta/ y alabo a quien me adorna con su más bello estilo./ Me elevé, de la nada, a un rango respetable/ y en mi rango, de todos, soy sin duda el más digno.”

El jarrón de loza dorada conservado en el Museo Nacional de Estocolmo nos puede servir de ejemplo similar a los transportados por el embajador. Esta cerámica, con añadidos metálicos en los siglos XVII y XVIII, procede de una iglesia en Famagusta (Chipre) donde fue venerado como reliquia al relacionarlo con una de las jarras que participaron en la transformación de agua en vino en las bodas de Caná . Con respecto a la cerámica doméstica que dadas sus características aromáticas derivadas del barro granadino se convertía también en regalo de la embajada, podemos ejemplificar sus formas con hallazgos procedentes del Castillejo de los Guajares o la tinaja conservada en el Museo de la Alhambra .

Podemos concluir, como señala Elena Díez, que estos objetos que forman parte de los actos diplomáticos “…son por lo general artesanías elaboradas con técnicas y materiales propios de la cultura del que da el presente. Por tanto, estos regalos van a adquirir por lo general un carácter exótico y llamativo para el que los recibe” . Todo ello enmarcado en un ambiente de convivencia y banquetes contribuía a un mayor conocimiento de las formas de vida y de las culturas que representaban.

El exotismo reseñado es visible en los presentes que el sultán de Egipto envía a Alfonso X en 1260. Entre los mismos iba un cocodrilo del Nilo. A su muerte se disecó y se colocó en una galería del Patio de los Naranjos de la catedral dando nombre a la misma (Nave del Lagarto). En 1752, dado el avanzado estado de deterioro, se sustituyó por una escultura realizada en madera que mantuviera memoria del hecho extraordinario de la embajada y del extraño presente .

CIUDAD Y ARQUITECTURA

La expansión por el valle del Guadalquivir de Fernando III permitió unir a sus territorios los reinos de Sevilla, Córdoba y Jaén. Si estas conquistas supusieron inicialmente pactos con sus habitantes autóctonos siguiendo el modelo mudéjar bajomedieval, a partir de las revueltas de 1264, la población musulmana mayoritariamente sería expulsada o emigraría hacia otros territorios posibilitando la repoblación con cristianos viejos. Manuel González Jiménez ha señalado que: “De al-Andalus quedó todo lo que había subsistido antes de la conquista de Andalucía en otras partes: edificios, palacios, mezquitas, una fisonomía urbanística determinada, unos cultivos, tal vez unas técnicas y poco más”.

La ocupación y redefinición de los espacios urbanos andalusíes supuso la creación de modelos indirectos. Las aljamas de Córdoba y Sevilla se consagraron como catedrales, pero parte de las mismas continuaron mostrando su estética islámica. En el caso sevillano el alminar almohade se consolida como torre campanario de la catedral metropolitana. Si a ello añadimos el cambio de otras mezquitas en parroquiales y la transformación de sus sencillos alminares en campanarios, no nos puede sorprender que las nuevas realizaciones de iglesias mudéjares recurrieran puntualmente a imitar modelos decorativos y estructurales de la Giralda. Son los casos, por ejemplo, de las iglesias de Santa Marina, Omnium Sanctorum o San Marcos. También en la readaptación al culto cristiano de mezquitas se hizo imprescindible la incorporación del espacio del presbiterio como alternativa al recto muro de la quibla. Se impone la necesidad de un ábside que se construye exnovo, pero la solución recupera el modelo musulmán de la “qubba” como sucede en la mezquita-iglesia de Almonaster la Real (Huelva) ; modelo que también servirá para la creación de las numerosas capillas funerarias anexas a parroquiales y conventuales del bajo Guadalquivir.

Se encuentran estas capillas funerarias entre la arquitectura cristiana andaluza más original y más enlazada con el pasado islámico. Estas “qubbas” son espacios cuadrados cubiertos con cúpulas que permiten la individualización como organismos anexos a otros conjuntos religiosos y, en su riqueza material, mostrar la categoría social de sus mecenas.

Estas construcciones estarán relacionadas con el mayor arraigo de la nobleza en Andalucía tras el acceso a la corona de Castilla de los Trastámara, así como con el despunte de una aristocracia menor asida a cargos municipales. Esta situación posibilitará, como ya hemos indicado, la realización de proyectos limitados de carácter votivo y funerario anexos a construcciones anteriores, los cuales mostraban públicamente el poder obtenido por determinada familia. Incluso, aquellos linajes que podían permitírselo, intentarán la reserva de iglesias completas como sucede, en el ámbito sevillano, con los Guzmán (1301) y la fundación de San Isidoro del Campo, o los Ribera (1411) y la cartuja de Santa María de las Cuevas.

Sin duda, la Capilla Real de la mezquita-catedral de Córdoba será el modelo funerario por excelencia. Está diseñada en un espacio cuadrangular, repitiendo en la cubierta el sistema de arcos paralelos, en este caso angrelados, utilizados en la denominada capilla Villaviciosa con la que se iniciaba la nave del mihrab del ensanche de Al-Haken II en la mezquita califal. La plementería se completa con placas de mocárabes. Los paramentos se alzan con una gran riqueza decorativa tanto en los temas como en las técnicas: alicatados geométricos en los zócalos y yeserías con atauriques, heráldicas y epigrafía árabe . Allí sería enterrado Alfonso XI por indicación de su hijo Enrique II.

En Sevilla este tipo de construcciones proliferan en la segunda mitad del siglo XIV y primera mitad del siglo XV. El número irá decreciendo hacia el siglo XVI debido, fundamentalmente, a la no variación de los linajes nobles que ocupan el espacio de sus ancestros. Entre los primeros ejemplos datados tenemos que reseñar la denominada Capilla de la Piedad en Santa Marina de Sevilla, con bóveda alboaire de dieciséis paños, construida bajo el mecenazgo del infante don Felipe, hijo de Fernando III y Beatriz de Suabia, durante su período como arzobispo de Sevilla (1249-1258).

Estas capillas han perdido, en la mayor parte de los casos, la referencia histórica de sus fundadores. Es la apropiación para funciones cultuales de la parroquia o la utilización de las mismas por hermandades y cofradías, ya en época moderna, lo que permite su identificación actual en relación con el uso.

Como ejemplos citaremos, en la iglesia de Santa Catalina, la capilla de la Hermandad de la Exaltación que se cubre con una bóveda de paños sobre trompas, con decoración de lacería entre la que se incrustan elementos de cerámica vidriada. La iglesia de San Andrés tiene dos capillas mudéjares en la nave derecha, definidas con bóvedas semiesféricas sobre trompas y decoradas, en el exterior, con almenas. En la iglesia de San Pedro se encuentra, bajo la denominación de Capilla del Sagrario, construida hacia 1379, una cubierta con bóveda ochavada sobre trompas con adorno de lacería de ocho en ladrillo recortado y algunas piezas cerámicas.

Uno de los proyectos más complejos es la denominada Capilla de la Hermandad de la Quinta Angustia. Es lo único que se conserva del templo medieval de San Pablo el Real, iglesia del convento dominico, destruido para levantar el moderno en 1691 (ahora parroquia de Santa María Magdalena). La capilla es de planta rectangular con tres tramos cuadrados cubiertos por cúpulas sobre trompas decoradas con lacerías, conservándose en la central restos de pinturas. Su cronología se puede fijar a finales del siglo XIV o comienzos del XV.

Estas capillas funerarias presentaban con frecuencia importantes obras escultóricas marmóreas en las que aparecía la figura yacente del difunto así como relieves con inscripciones, composiciones figurativas y heráldicas.

Un caso excepcional dentro del panorama inicial del mudéjar en la Baja Andalucía es la iglesia de Nuestra Señora de la Oliva de Lebrija, comenzada en 1264. Lo interesante de este proyecto es el muestrario de diferentes qubbas en que se resuelven los distintos tramos (paños sobre trompas, octogonales o semiesféricas) decoradas con lacerías, sebkas o nervaduras de tradición califal. La fuerte impronta islámica hace pensar en la existencia de un edificio desaparecido que sirviera de modelo o en la presencia de alarifes jerezanos, aunque las fechas apuntan, debido a la revuelta mudéjar, a técnicos cristianos .

LOS PALACIOS REALES.

Un capítulo muy significativo de las relaciones artísticas entre las culturas islámica y cristiana del momento, lo representa las intervenciones y los nuevos palacios realizados en el alcázar sevillano. Desde la conquista de Sevilla (1248) hasta la muerte de Pedro I (1369), Sevilla fue la capital del reino de Castilla, allí tuvieron su sede más o menos permanente los distintos monarcas y allí construyeron o renovaron su arquitectura palatina. Con los Trastámara la capitalidad pasará a Valladolid posiblemente dado el poco interés por la frontera del sur (Granada y África) y el largo periodo de paz que llegará hasta los inicios del siglo XV.

Manuel González Jiménez ha definido a esta Sevilla de la Baja Edad Media como: “… una de las ciudades más refinadas del Occidente europeo. Mitad oriental y mitad occidental, en su retícula urbana apenas alterada por los conquistadores, cargada de edificaciones de un pasado reciente de gloria, se concentraba un mundo entremezclado de hombres y culturas. Lo que quedaba de la población musulmana, acrecida con los alfaquíes y sabios mandados traer por Alfonso X para sus empresas culturales, como aquellos “físicos” o médicos venidos de allende a quienes entregó para su morada la mezquita de los Ossos, o la presencia asidua de embajadores y emisarios de los reyes moros vasallos del rey de Castilla o de reyezuelos del Norte de África y, hasta en ocasiones, del Gran Mameluco de Egipto, daban a la ciudad un toque de exotismo que debía sorprender a propios y extraños. A todo ello se añadía un abigarrado conjunto de repobladores y de comerciantes de la más variada procedencia, entre los que destacaba la numerosa y rica colonia de genoveses, que llegó a disponer de cónsules y barrios propios” .

Tras la conquista de Sevilla Fernando III se instala en el Alcázar. Como ha señalado Alfredo Morales: “No era la primera vez que el monarca se alojaba en un palacio de estética islámica, aunque debieron sorprenderle la comodidad, riqueza y dimensiones del sevillano. En sus numerosas dependencias debió encontrar fácil acomodo y junto a él sus familiares, séquito y servidores.” . Los cuatro años que aún le restaban de vida al rey no debió emplearlos en programas arquitectónicos en el Alcázar dadas las labores acuciantes de gobierno, suponemos, por tanto, que los posibles trabajos se redujeron a cuestiones de amueblamiento puntual. Tenemos que esperar a su hijo Alfonso X para que se proyecten importantes transformaciones y nuevos diseños arquitectónicos y espaciales, las cuales se continuarán con Alfonso XI y Pedro I .

El rey Sabio organizará su palacio en torno al denominado Patio del Crucero, que fue el centro de otro recinto palatino ya existente en época islámica . De forma genérica tendría forma rectangular con dos grandes crujías en sus laterales menores y un patio-jardín con dos niveles, el superior comunicado por andenes perimetrales y el inferior con pórticos en los laterales configurando, en el espacio central, un jardín de crucero con albercas en sus ejes principales que definían, a su vez, otros jardines de crucero de segundo orden. El centro estaría ocupado por una gran fuente o por un pabellón.

Sobre este conjunto el monarca intentará crear nuevos espacios que adapten el islámico a sus necesidades. Mantiene las crujías de la zona norte para su vida privada y crea unas salas de aparato de dimensiones mayores en la zona sur (Salón de Tapices y Salón Gótico y las anexas -Cantarera y Capilla-). Además, para mejorar la comunicación diseña un andén central sobre el jardín y otro transversal cubriendo las albercas inferiores.

El resultado es un conjunto palatino inusual donde se hibridan construcciones, conceptos espaciales y de jardín de tradición islámica con salas góticas. Estas estancias respondían a las funciones de una Corte con protocolo internacional (no olvidemos los intentos del rey de proclamarse emperador del Sacro Impero Romano Germánico) al que no daban respuesta los limitados espacios islámicos.

Las intervenciones en los recintos de los Reales Alcázares se continuarían con Alfonso XI (1311-1350) quien construye, junto al Patio del Yeso de época almohade, la denominada Sala de la Justicia que responde a conceptos constructivos y estéticos mudéjares con la utilización de yeserías con decoración de atauriques y heráldicas, sin olvidar la importante cubierta de madera con lacería y mocárabes. Además la conjunción de la qubba con el patio almohade origina un espacio relacionable con el conjunto de Comares de la Alhambra, aunque sin el espacio intermedio de la Sala de la Barca. Hemos de tener en cuenta que, aunque el ejemplo alhambreño gana en proporciones y grandiosidad estética, son muy paralelos en el tiempo. La torre de Comares sería construida en época de Yusuf I (1333-1354), pero el conjunto del patio habría que retrasarlo a su hijo Muhammad V (1354-1359 y 1362-1391), el cual durante su exilio estuvo en Sevilla en la corte de Pedro I.

Pero lo cierto es que existen otras edificaciones de la misma época o anteriores que resuelven el mismo sistema de patio porticado, salón transversal y qubba como el Alcázar de Segovia donde las últimas excavaciones realizadas por Julio Navarro Palazón revelan la posibilidad de que este conjunto hubiera sido realizado durante el reinado de Alfonso XI en torno a 1337-1338. Luego, en este caso, estaríamos ante una obra anterior a la del sultanato nazarí .

Pedro I, el tercer monarca que interviene en el Alcázar sevillano, participó de forma activa y decisiva en la política granadina. Privilegiadas fueron sus relaciones personales con el visir, historiador y poeta Ibn al-Jatib , recogiéndose cartas que el polifacético granadino envió con consejos al rey de Castilla en las crónicas del reinado . Es más, en su “Historia de los Reyes de la Alhambra”, Ibn al-Jatib denomina a todos los monarcas cristianos como “tiranos”, no con el significado que actualmente tiene esta palabra sino por el hecho de no aplicar la ley divina, es decir el Corán. Lo interesante es la denominación de “sultán” para el caso de Pedro I .

Entre 1364 y 1366 se enmarcan los trabajos que permitirán la construcción del palacio de don Pedro en el recinto de los Reales Alcázares de Sevilla . El conjunto se organiza en torno a dos patios: el de las Muñecas, con carácter privado, y el de las Doncellas, para actividades públicas. Alrededor de ellos se distribuyen una serie de habitaciones que se generan teniendo en cuenta el núcleo principal de la qubba del salón de Embajadores. Este sistema incluye el mencionado salón, los colaterales y el del fondo (conocido como Sala de la Media Caña o Salón del Techo de Felipe II). El conjunto estructuralmente repite el mismo esquema del espacio de las Dos Hermanas del Palacio de los Leones en la Alhambra de Granada, lo que nos hablaría de relaciones que mantiene el rey castellano con su homólogo nazarí que irían más allá de los intercambios meramente decorativos. Es más el palacio de los Leones es inmediatamente posterior en el tiempo al sevillano, uniéndose en relaciones espaciales el sistema columnario claustral ajeno a la tradición musulmana.

Sin duda, el espacio principal del palacio era el Salón de Embajadores que centraría el ceremonial público de la corte. Está conformado mediante planta cuadrada con triples arquerías de herradura y alfices sobre columnas de mármol y capiteles califales. Los paramentos desarrollan un complejo programa decorativo con zócalos de cerámica y yeserías que sirven de apoyo a la cubierta que, en tiempos de la construcción original de Pedro I, podría responder a un proyecto similar a los diseñados en los Cuartos, también cuadrangulares, del piso alto. La actual media naranja se realizó en época de Juan I (1427) por el carpintero Diego Ruiz, consiguiendo una de las estructuras lignarias más importantes de la historia de la carpintería de lo blanco española. Sobre pechinas de mocárabes dorados se levanta la semiesfera formada por doce husos cubiertos por lazo de diez lefe que convergen en el centro de una rueda de doce en la clave de la cúpula.

Esta gran sala se abre al patio de las Doncellas mediante una puerta con decoración de lazo e inscripciones en árabe, en su cara externa, y castellano, en la interior. Si la epigrafía castellana recoge textos del Evangelio de San Juan y del Salmo 54, la árabe nos fecha su realización en 1366 en Sevilla por artesanos toledanos, nos refiere loas al rey y el funcionamiento de la Sala que cierra. De este tipo de puertas con textos en varias lenguas se conservan otros ejemplos como la que abría el Sagrario de la catedral sevillana antes de la construcción del proyecto gótico y que sería de fechas paralelas a ésta del Real Alcázar .

El patio de las Doncellas, centro de la vida palaciega y distribuidor de la circulación, se define mediante un rectángulo porticado en sus cuatro laterales con columnas dobles (del siglo XVI) sobre las que voltean arcos lobulados que generan decoración de sebka calada completando los paramentos. Las relaciones en el proyecto decorativo con la Granada nazarí son intensas tanto en las yeserías como en los alicatados cerámicos de los zócalos de las galerías y la continua epigrafía con caracteres árabes. No faltan heráldicas referidas al monarca (escudos de Castilla, León y Orden de la Banda) que se completarían en el siglo XVI con las correspondientes a Carlos V.

El patio, que ha estado solado desde el siglo XVI, se ha excavado recientemente apareciendo el diseño del jardín original con dos arriates hundidos longitudinales que enmarcan una alberca central. Esta recuperación arqueológica permite una nueva lectura del conjunto espacial, más cercano a la estética islámica y evolutivo en relación con el proyecto de la Sala de Justicia de Alfonso XI o el conjunto de Comares de Granada .

Este impresionante conjunto arquitectónico se abría al exterior con una de las primeras fachadas monumentales que se realizan en la edilicia civil de la Península Ibérica. La portada se enmarcaría por cuatro arcos peraltados de ladrillo, a cada lado, sobre pilares ochavados; siendo las galerías superiores de época de los Reyes Católicos. Esta potenciación visual del centro se proyecta verticalmente con el cuerpo superior de la techumbre de la Cámara Real Alta. En la portada, a modo de tapiz ornamental donde no falta la estructura arquitectónica, confluyen las mejores tradiciones toledanas, sevillanas y granadinas con la presencia de alarifes de las tres ciudades; aunque hemos de pensar, evidentemente, en el diseño de un maestro único.

El modelo de portada monumental es anterior a la que realizara Muhammad V en el patio del Cuarto Dorado de la Alhambra (1369-1370) con la diferencia que la nazarí no deja de ser un gran proyecto decorativo abierto a un recinto cerrado, pese a las diferencias de protocolo entre las cortes cristiana y musulmana. Las otras portadas monumentales de la monarquía como son las de los espacios palaciegos de los conventos de Santa Clara en Astudillo y Tordesillas confirman la existencia de modelos derivados que van cerrar construcciones aristocráticas con claros componentes mudéjares. Prueba de ello sería la recuperada portada de las casas principales de García Fernández de Oter de Lobos en Toledo (actual Universidad de Castilla-La Mancha), así como las de los palacios de Higares y de los Ayala. Más tardíamente, siglo XV, las de la Santa Hermandad y el Palacio de Fuensalida; todas ellas en la ciudad del Tajo .

El proyecto del rey don Pedro constituye, sin duda, la obra palacial más importante de la monarquía española medieval. Las soluciones espaciales que se proponen recogen experiencias de tradición hispanomusulmana que se experimentan de forma paralela, o con posterioridad, en la Alhambra de Granada. El modelo de conjunto no podía tener parangón ni, por tanto, influencias exactas de proyectos cristianos europeos. Es cierto que las funciones estaban presentes en otros edificios anteriores, pero no la estructuración coherente del conjunto. Además, el programa decorativo, indisoluble con el proyecto arquitectónico, es un gran catálogo de las posibilidades del yeso, la cerámica vidriada y la carpintería, llevando hasta sus últimas consecuencias el repertorio de tradición islámica y no faltando motivos de ascendencia cristiana .

Esta estética palaciega se podría observar en otros conjuntos desaparecidos donde la documentación de archivo, gráfica y restos decorativos conservados nos obligan a pensar en soluciones arquitectónicas de rasgos mudéjares. Uno de estos ejemplos es el Palacio Real de León. Construido por Enrique II debió iniciarse entre 1368 y 1375, estando concluido en lo fundamental en 1377 . Elevado en la zona de nueva expansión de la ciudad en la calle de la Rúa, que organizaría un núcleo de construcciones nobiliarias, el palacio respondía, como han señalado acertadamente María Dolores Campos Sánchez-Bordona y Javier Pérez Gil, a “… un concepto distinto de palacio, el de alcázares, más ligado a los modelos islámicos que venían imponiéndose en la estética de los monarcas cristianos bajomedievales de la Península. Su diferente distribución, el gusto por la comodidad y ostentación, y el necesario concurso de la vegetación y el agua, pudieron ser razones válidas para buscar un nuevo solar donde construir con cierto grado de libertad.” . Los restos conservados en el Museo Arqueológico Nacional y en el Museo de León nos permiten observar características mudéjares en yeserías con inscripciones en árabe y elementos lignarios y, aunque lejana, la imagen espacial de la planta levantada por Bernardo Miguélez en 1760 nos remite a modelos palatinos mudéjares aunque la estructuración de las estancias originales es difícil de percibir.

Cuando hablamos de arte mudéjar siempre valoramos en positivo la gran carga cultural que significaron las relaciones con el sultanato nazarí. No obstante, pese al alto nivel artístico alcanzado en los siglos XIII-XV en Granada, parece que olvidamos la escasez territorial que reduce a cuatro grandes ciudades su urbanismo (Granada, Málaga, Guadix y Almería) y que el total del número de obras realizado es limitado si lo comparamos con los amplios territorios de la corona de Castilla y la cuantía elevada de construcciones. Es decir, se realiza más arquitectura mudéjar que nazarí, en número y volumen. Con esto quiero señalar que hay que valorar la evolución propia del arte mudéjar al margen de influjos exteriores y la posibilidad de que ésta también influya positivamente sobre la del sultanato nazarí. En definitiva, los flujos culturales nunca tuvieron un carácter unidireccional.

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